Lontanamente vicino
Manuel García Estrada
Era mentira. Lo era.
Jamás sería posible se decía Román. Es que ¿quién tendría tiempo al medio día de salir de ese trabajo para venir sólo a besar el cuello y la nariz que se encienden en sus palpitaciones?
Descansó la mente abriendo el refrigerador y sacando una cerveza, la sintió menos fría que lo habitual. Era su cuerpo el que estaba verdaderamente listo para ser sentido, lamido, visto, chupado, besado, acariciado.
Dio el primer trago y salió hacia el pasillo para encender la televisión, no comería; lo tenía claro. Y es que a lo mejor llega, se decía.
Se sentó relajadamente y se aflojó la corbata amarilla estampada con vivos azules, turquesas y dorados. Nada más. El traje permanecería puesto queriendo sacárselo en un solo movimiento.
Román cada medio día se desnuda y se baña, lo ha hecho desde siempre. Es tan sagrado el acto como el de la siesta para los jarochos.
Se quitó los lentes, suspiró y pretendió ver el noticiero. Comenzó a jugar con los zapatos como si estuviera bailando. Sonrió. ¿Cómo es que un hombre lo tenía nervioso, ansioso, en expectativa? Rió. Las pequeñas carcajadas parecían invadir la casa.
De pronto su corazón pareció estallar, el sonido del auto estacionándose en la calle le indicaba que su esperanza se tornaría real.
¡Llaves! La puerta, que abre la puerta Adolfo. Si, es él. Pero no se movió, quería parecer tranquilo y hasta apático. Se hacía güey.
Los pasos de Adolfo se hacían cada vez más fuertes, Román tomó aire, cerró los ojos y sintió unas manos en sus hombros que comenzaron a descender al pecho, la respiración se hacía intensa, fuerte, desesperante, inquieta, loca; la mente decía tómame, hazlo ahora. ¡Ya!
Y el silencio calló ante el hola cabrón, ¿me estabas esperando papá? Aquí estoy.
Adolfo tomó la barbilla de Román y la jaló hacia arriba para acercarle la boca y besarlo mientras lentamente desabotonaba las camisas, un botón a cada uno le liberaba con la mano que también se introducía para dar jaloncitos en el pelo del pecho de Román mientras que éste levanto las manos y en la apertura lista de la camisa de Adolfo le metió las manos y le comenzó a pellizcar las tetillas.
Román sintió en la parte superior de su espalda el calor genital de Adolfo. Bajó una de sus manos y se abrió el cierre; el beso terminó. Las miradas intensas entre ambos les hicieron colocarse frente a frente mientras se acariciaban las cabezas uno al otro y se besaban de frente. Desesperados comenzaron a sacarse la ropa, caminaban por el pasillo desnudándose y apretando contra las paredes las manos.
En calzoncillos de uno y en boxers del otro quedaron sobre la puerta de la habitación. Sin preguntas, sin cuestionamientos, Adolfo comenzó a hincarse bajándole a Román su ropa interior blanca y pequeña, y cuando estuvo enfrente de su acaramelada y suave propiedad sexual comenzó a disfrutarla mientras torcía con pasión las tetillas de su amante que no soportando más le lleno de energía queriendo jamás soltarlo.
Se incorporó para besar en la boca al amante. Que sin perder la fuerza tomó la cara de Adolfo para taparle los ojos y pasarle la lengua por todo lo libre del rostro, y le chupó la nariz y lo abrazó con fuerza para dejarse caer en la cama pidiéndole al sujeto que se quitara todo y le abrió los brazos, levantó las piernas y lo abrazó entero.
Adolfo haciéndose hacia atrás tomó la cabeza de Román y le mostró su picante espacio en firme para que la lengua de su compañero pudiera traspasar cada célula, cada átomo.
La lengua de Román hacía círculos en la punta de Adolfo y éste comenzó a gemir y a vibrar y para evitar tormentas pronto se separaron para quedar acostados frente a frente y de lado viéndose a los ojos, buscando el alma. Se besaron, se comenzaron a recorrer despacio las pieles y el juego, que apenas comenzaba, debería durar no tanto porque sus oficinas les esperaban aún para mandar o ser llamados.
No hay más espacio para el amor que el que los amantes hacen.
Aquí, en esta habitación, hay quienes lo tienen claro.
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