miércoles, 26 de enero de 2011

República de laicos, de todos/ I de II.


Se cumplieron 10 años de la edición de mi primer poemario “Pandemonium: Textos libres y herejías selectas” que a modo independiente apareció en Córdoba, Veracruz y que fue presentado en el Patio de Zevallos, en donde se firmó el Tratado de Independencia, frente a un público que escuchó música, versos y disfrutó de danza y pintura en vivo. Desde entonces y hasta ahora permanezco creyendo firmemente en que es justamente el llamado a lo laico y su ejecución conceptual y  cotidiana lo que nos hace ser libres y verdaderamente democráticos.

Cuando la religión imperaba y la Inquisición cometía sus actos criminales con el perdón y bendición de dios la libertad era inexistente. Algunos sujetos aún hoy desean ser esclavos de preceptos que desde que se instauraron sólo llenan de miedo, culpas y terror a quienes los llevan a cabo y esos esclavos los soportan porque creen que se irán al Cielo. Lugar inexistente.

Los dogmas hacen daño y máxime cuando quien los impone te exige obediencia o brinda “condena”. Es una gran manera de tener a la gente controlada y sometida a caprichos de humanos que vestidos de dorado y oropel se hacen llamar “padres”,  “papas”, “rabinos” o “mulá”. Esas ideas absolutas que deben ser creídas por los fans de las creencias del panteón de los dioses muertos pero que las instituciones religiosas tratan de mantener vivas sin duda envilecen al cerebro humano y lo pudren al colocar a la capacidad del hombre un freno para que jamás piense libremente o generen nuevas maneras de pensar y vivir porque… ¿Para qué crear cosas nuevas si hay un solo “creador”?

Juan XXIII fue un gran líder católico y antagónico del actual papa Ratzinger. Ellos dos en un momento histórico acordaron un verdadero flagelo para las mujeres: condenar la píldora anticonceptiva. De hecho el cuento de que la pastilla es “producto del diablo” es un invento de Benedicto que en pleno Concilio Vaticano II le aseguró al papa esa cuestión satánica pero a diferencia del actual patriarca de Occidente el señor del encuentro universal en Roma a principios de los 60 procuró que la información litúrgica llegara a todos en sus idiomas, entre otras cosas.

El Concilio Vaticano II hizo algo que a los obispos y cardenales mexicanos les duele y molesta aún: determinó que todos los católicos tienen derecho a pensar libremente, es decir, ya pueden dejar de ser borregos y además dicho acuerdo universal de los seguidores del catolicismo también definió que la declaración de derechos humanos NO es producto de Satanás.

Gracias a la ley de laicidad los dogmas católicos no tienen valor legal en México ni en cualquier régimen republicano y además propician que en las escuelas convivan todas las religiones y los ateos de manera igualitaria. Por ello cuando una escuela se ostenta católica es excluyente del no católico y del ateo, algo que viola las garantías individuales porque cualquier niño tiene el derecho de estudiar sin estar sometido a régimen religioso o militancia partidista. Los directores de las escuelas católicas y sus propietarios dicen que todos pueden estudiar en esos centros del saber –si pagan- pero no dicen que realizan misas y catequizaciones y para colmo excluyen o condenan a los que son hijos de madres solteras, homosexuales o ateos a lo largo y ancho del país y son la mayoría.

Las leyes mexicanas son violadas cotidianamente y con un régimen de derechas parece que los dueños de la fe quieren ser nuevamente dueños de México, cosa que jamás debemos permitirles. Mucho menos cuando sus ideas y valores sólo atemorizan y sojuzgan a las personas que les creen que afortunadamente hoy en día son muchos menos en cantidad pero más peligrosos por sus radicalismos fanáticos.

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