Manuel García Estrada (Córdoba, enero 18, 1972)
Nací ayer, cuando el árbol más grande comenzó a caer.
Decidí ir a tí sin esperarte y todo comenzó a ser una gran travesía hacia mi ciudad, Ítaca.
Soy mis dos abuelas, las que no están, las que fueron, las que me sonrieron.
Soy apenas un grano de arena en la historia, más cercano a la nada que al Todo porque cuando respiro me doy cuenta de que una vida no cuenta sino el conjunto de todas ellas.
No creo en dios ni en santos, ni en ángeles ni en el vecino militante de partido opresor.
Sueño como tú con impedirle dormir a los políticos, religiosos, banqueros y resto de ladrones y asesinos que manipulan a la Humanidad.
Lucho desde que tengo memoria, peleo contra la injusticia en calles, palacios, escuelas, parques, plazas, mentes. No me rajo. Nunca.
Extraño a mis amigos que se fueron no sé a dónde. Les echo de menos porque eran aliados todo el tiempo y aunque hoy viven en mi mente y en mi corazón son sus palabras frescas las que quisiera escuchar cuando la lluvia se desvanece cerca de mis canas.
Soy mis padres con sus ilusiones y mis realidades, no cumplí con lo esperado barato pero sí con lo más elevado que bebí en la casa de rebeldes y desafiantes jóvenes del pasado. Soy también la confiable y sólida capacidad responsable que observo en mi hermano.
Soy las mujeres más fuertes y los hombres más valientes de mi familia, soy los rizos de mis primos más hermosos y la sonrisa más bella de mi sobrina. Soy todos porque de todos ellos vengo y en ellos permanezco, son mi identidad, mis decisiones pasadas y actuales, venideras y expectantes.
Soy mis amigas más inteligentes y mis amigos más sabios, brindo un poco de todo lo que he aprendido porque he aprendido tanto que en unas cuantas letras, besos, actos o abrazos no cabe todo el cariño e inspiración que me han obsequiado.
Soy al que amo y transpiro, soy por el que desfallezco y mi energía se debe al calor que de él viene.
Soy pasajero constante que vuela como mariposa en los jardines más bellos pero soy también león que defiende a la manada y me he sofisticado tanto que he aprendido a defender a los sin nombre, a los sin voz, a los que a veces suelen soñar sólo con comer un poco sin saber que eso significa injusticia.
Soy el pequeño bosque de la ciudad más grande y el árbol de la selva más enorme, soy el café que bebo y el pizcador que siempre recuerdo desayunando entre ceibas. Soy el sol de mi barrio y el sonido de las campanas de los templos en los que no creo.
Soy sin tiempo y sin rutina, soy con las rutinas y los relojes pero nunca bajo la guardia ante el rey, la reina, el presidente, el opresor ni el represor. Soy ciudadano.
Me canso como el niño que juega por las mañanas esperando a comer y seguir jugando, sé que un día no habrá caramelo que me brinde energía pero serán mis recuerdos colmados de pasión los que me alimentarán nutritivamente como la miel para esperar con calma el último respiro.
Un día, cuando todo no exista, el mundo no sabrá que pasé por él pero lo recordarán las plantas, los bosques y los mares porque yo alimentaré a esa gran máquina de vida con mi muerte.
Nací ayer, cuando el árbol más grande comenzó a caer.
Decidí ir a tí sin esperarte y todo comenzó a ser una gran travesía hacia mi ciudad, Ítaca.
Soy mis dos abuelas, las que no están, las que fueron, las que me sonrieron.
Soy apenas un grano de arena en la historia, más cercano a la nada que al Todo porque cuando respiro me doy cuenta de que una vida no cuenta sino el conjunto de todas ellas.
No creo en dios ni en santos, ni en ángeles ni en el vecino militante de partido opresor.
Sueño como tú con impedirle dormir a los políticos, religiosos, banqueros y resto de ladrones y asesinos que manipulan a la Humanidad.
Lucho desde que tengo memoria, peleo contra la injusticia en calles, palacios, escuelas, parques, plazas, mentes. No me rajo. Nunca.
Extraño a mis amigos que se fueron no sé a dónde. Les echo de menos porque eran aliados todo el tiempo y aunque hoy viven en mi mente y en mi corazón son sus palabras frescas las que quisiera escuchar cuando la lluvia se desvanece cerca de mis canas.
Soy mis padres con sus ilusiones y mis realidades, no cumplí con lo esperado barato pero sí con lo más elevado que bebí en la casa de rebeldes y desafiantes jóvenes del pasado. Soy también la confiable y sólida capacidad responsable que observo en mi hermano.
Soy las mujeres más fuertes y los hombres más valientes de mi familia, soy los rizos de mis primos más hermosos y la sonrisa más bella de mi sobrina. Soy todos porque de todos ellos vengo y en ellos permanezco, son mi identidad, mis decisiones pasadas y actuales, venideras y expectantes.
Soy mis amigas más inteligentes y mis amigos más sabios, brindo un poco de todo lo que he aprendido porque he aprendido tanto que en unas cuantas letras, besos, actos o abrazos no cabe todo el cariño e inspiración que me han obsequiado.
Soy al que amo y transpiro, soy por el que desfallezco y mi energía se debe al calor que de él viene.
Soy pasajero constante que vuela como mariposa en los jardines más bellos pero soy también león que defiende a la manada y me he sofisticado tanto que he aprendido a defender a los sin nombre, a los sin voz, a los que a veces suelen soñar sólo con comer un poco sin saber que eso significa injusticia.
Soy el pequeño bosque de la ciudad más grande y el árbol de la selva más enorme, soy el café que bebo y el pizcador que siempre recuerdo desayunando entre ceibas. Soy el sol de mi barrio y el sonido de las campanas de los templos en los que no creo.
Soy sin tiempo y sin rutina, soy con las rutinas y los relojes pero nunca bajo la guardia ante el rey, la reina, el presidente, el opresor ni el represor. Soy ciudadano.
Me canso como el niño que juega por las mañanas esperando a comer y seguir jugando, sé que un día no habrá caramelo que me brinde energía pero serán mis recuerdos colmados de pasión los que me alimentarán nutritivamente como la miel para esperar con calma el último respiro.
Un día, cuando todo no exista, el mundo no sabrá que pasé por él pero lo recordarán las plantas, los bosques y los mares porque yo alimentaré a esa gran máquina de vida con mi muerte.
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