Pobres regios
Ximena Peredo
10 Jun. 11
El desamor no se puede reprochar, ni exigir. Pero, ah, cómo dan ganas de lamentar la ausencia de compasión, ternura y solidaridad en esta Ciudad endurecida. Torpes como un ciego que niega su incapacidad visual, creemos que sólo existe nuestro dolor, nuestro odio y nuestras pérdidas. Seguimos creyendo que basta con que don Eugenio lo ordene para que la pesadilla se disuelva. Monterrey: tienes que aprender a tirar paredes y sentir al otro para resurgir y levantarte.
El martes pasado muy pocos regiomontanos recibimos a los caravanistas del Consuelo. Los peregrinos casi doblaban en cantidad a los locales. Siendo el segundo Estado más violento del País, con casi 5 millones de habitantes aterrados, era lógico, al menos, esperar que la plaza del Colegio Civil estuviera abarrotada. Pero no fue así.
El regiomontano decidió encerrarse. Así resolvió el problema de la inseguridad. ¿Salir en la noche al centro de la ciudad? ¡Ni de loco! Todo el amor que le encanta declarar hacia esta tierra se redujo a un correr cerrojos y cerrar cortinas. A mí no me van a fastidiar, dice con ese tono arrojado que le conocemos y, destapando su primer cervecita, el regiomontano típico enciende la televisión. El destino de la Ciudad le duele pero es incapaz de sentirse parte de la solución.
El papá de Gabriela Pineda, asesinada en un enfrentamiento a las puertas de la Facultad de Psicología de la UANL, lamentó que muchos de los regiomontanos despertarán a fuerza de dolor. A la mayoría la tragedia ajena no los sacude. Él, como don Otilio y las madres y esposas de tantos regiomontanos desaparecidos no imaginaban que a su tragedia se sumaría la desolación de descubrir que el Estado ya no existe y que no hay comunidad que acompañe.
Esa noche en la plaza escuchamos de pie y con un profundo respeto y compasión los testimonios desgarradores de seres humanos arrojados al abismo de la guerra. Uno tras otro exponían su más íntimo dolor, con una generosidad abrumadora. No existía otro mejor lugar en el planeta que ahí, frente a las víctimas, prestando nuestro cuerpo, nuestros oídos, nuestro aliento entrecortado. Un sufrimiento vivo que, pese a lo que podría pensarse, no nos desmoronó, ni nos hundió en tristeza, sino lo contrario: fuimos sorprendidos por un manto de consuelo.
Nos consoló ver que quienes más sufren están luchando contra la tentación del odio y la venganza. Como se despierta un volcán a iluminar la noche, así se encendió la nobleza humana en la plaza. El sufrimiento más hondo, la pérdida de un hijo, de una hija, de la pareja, del hermano, ha convertido a estos mexicanos en faros de esperanza. Por eso lamenté que fuéramos tan pocos los regiomontanos ahí reunidos. Nos hace falta reconocer el poder del amor y medirlo frente al del exterminio.
Me pregunto en qué se convertirán los caravaneros al término de su travesía por 12 ciudades mortalmente heridas. Al recoger el dolor que ninguna autoridad ha sido capaz de cargar, se acercan como nadie a entender la profundidad del problema. "La violencia no está en las armas, ni en la drogas, está en nosotros mismos... la manera en que se erradica la violencia es a través de la conciencia, el espíritu de justicia y la verdad", dice Julián Le Barón. La estrategia militar es todo lo opuesto.
Esta guerra no persigue la justicia, sino el terror. Enfrentar a la delincuencia sin contar con un Poder Judicial reformado, saneado y eficiente cancela toda posibilidad de reconstrucción del tejido social y nos lanza a un enfrentamiento sin rumbo ni sentido. La impunidad es el motor de esta guerra suicida. Nuestra inmovilidad es el combustible.
Le Barón dijo el martes, aquí en Monterrey, que recorriendo algunas ciudades del País con la Caravana del Consuelo había caído en cuenta de que somos un pueblo ignorante y pobre. ¿Decir eso nada menos que en Monterrey?, ¡pero si somos la Ciudad del Conocimiento!, ¡y somos muy ricos!, ¿verdá, apá? Ya torcíamos algunos la boca cuando concluyó: ignorantes de la comunidad y pobres en humanismo. En eso somos los más pobres, señor Le Barón. Vaya paradoja.
Adendum: hoy hace 40 años sucedió la masacre conocida como "el halconazo". No se sabe cuántos jóvenes murieron ni cuántos desaparecieron en manos de su propio Gobierno.
@ManuelGarciaES en Twitter
Ximena Peredo
10 Jun. 11
El desamor no se puede reprochar, ni exigir. Pero, ah, cómo dan ganas de lamentar la ausencia de compasión, ternura y solidaridad en esta Ciudad endurecida. Torpes como un ciego que niega su incapacidad visual, creemos que sólo existe nuestro dolor, nuestro odio y nuestras pérdidas. Seguimos creyendo que basta con que don Eugenio lo ordene para que la pesadilla se disuelva. Monterrey: tienes que aprender a tirar paredes y sentir al otro para resurgir y levantarte.
El martes pasado muy pocos regiomontanos recibimos a los caravanistas del Consuelo. Los peregrinos casi doblaban en cantidad a los locales. Siendo el segundo Estado más violento del País, con casi 5 millones de habitantes aterrados, era lógico, al menos, esperar que la plaza del Colegio Civil estuviera abarrotada. Pero no fue así.
El regiomontano decidió encerrarse. Así resolvió el problema de la inseguridad. ¿Salir en la noche al centro de la ciudad? ¡Ni de loco! Todo el amor que le encanta declarar hacia esta tierra se redujo a un correr cerrojos y cerrar cortinas. A mí no me van a fastidiar, dice con ese tono arrojado que le conocemos y, destapando su primer cervecita, el regiomontano típico enciende la televisión. El destino de la Ciudad le duele pero es incapaz de sentirse parte de la solución.
El papá de Gabriela Pineda, asesinada en un enfrentamiento a las puertas de la Facultad de Psicología de la UANL, lamentó que muchos de los regiomontanos despertarán a fuerza de dolor. A la mayoría la tragedia ajena no los sacude. Él, como don Otilio y las madres y esposas de tantos regiomontanos desaparecidos no imaginaban que a su tragedia se sumaría la desolación de descubrir que el Estado ya no existe y que no hay comunidad que acompañe.
Esa noche en la plaza escuchamos de pie y con un profundo respeto y compasión los testimonios desgarradores de seres humanos arrojados al abismo de la guerra. Uno tras otro exponían su más íntimo dolor, con una generosidad abrumadora. No existía otro mejor lugar en el planeta que ahí, frente a las víctimas, prestando nuestro cuerpo, nuestros oídos, nuestro aliento entrecortado. Un sufrimiento vivo que, pese a lo que podría pensarse, no nos desmoronó, ni nos hundió en tristeza, sino lo contrario: fuimos sorprendidos por un manto de consuelo.
Nos consoló ver que quienes más sufren están luchando contra la tentación del odio y la venganza. Como se despierta un volcán a iluminar la noche, así se encendió la nobleza humana en la plaza. El sufrimiento más hondo, la pérdida de un hijo, de una hija, de la pareja, del hermano, ha convertido a estos mexicanos en faros de esperanza. Por eso lamenté que fuéramos tan pocos los regiomontanos ahí reunidos. Nos hace falta reconocer el poder del amor y medirlo frente al del exterminio.
Me pregunto en qué se convertirán los caravaneros al término de su travesía por 12 ciudades mortalmente heridas. Al recoger el dolor que ninguna autoridad ha sido capaz de cargar, se acercan como nadie a entender la profundidad del problema. "La violencia no está en las armas, ni en la drogas, está en nosotros mismos... la manera en que se erradica la violencia es a través de la conciencia, el espíritu de justicia y la verdad", dice Julián Le Barón. La estrategia militar es todo lo opuesto.
Esta guerra no persigue la justicia, sino el terror. Enfrentar a la delincuencia sin contar con un Poder Judicial reformado, saneado y eficiente cancela toda posibilidad de reconstrucción del tejido social y nos lanza a un enfrentamiento sin rumbo ni sentido. La impunidad es el motor de esta guerra suicida. Nuestra inmovilidad es el combustible.
Le Barón dijo el martes, aquí en Monterrey, que recorriendo algunas ciudades del País con la Caravana del Consuelo había caído en cuenta de que somos un pueblo ignorante y pobre. ¿Decir eso nada menos que en Monterrey?, ¡pero si somos la Ciudad del Conocimiento!, ¡y somos muy ricos!, ¿verdá, apá? Ya torcíamos algunos la boca cuando concluyó: ignorantes de la comunidad y pobres en humanismo. En eso somos los más pobres, señor Le Barón. Vaya paradoja.
Adendum: hoy hace 40 años sucedió la masacre conocida como "el halconazo". No se sabe cuántos jóvenes murieron ni cuántos desaparecieron en manos de su propio Gobierno.
Poco tiempo después supimos que fue el Ejército Mexicano el responsable directo
de las muertes de los chavos del TEC. Así pues el asesinato de ambos
fue un crimen de Estado que permanece impune.
El enojo y malestar no se dio en Monterrey, al año del crimen sólo 100 estudiantes de un campus de más de 10 mil hicieron un acto en Rectoría.
El TEC es símbolo hoy en día de generador de graduados de clase mundial... sin huevos.
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