Manuel García Estrada (Para Milenio)
@ManuelGarciaES en Twitter
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El hipócrita se conforma con las apariencias y por ello aparenta que es feliz en la aparente justicia que se vive en México. El hipócrita aprende a serlo desde pequeño, desde que se da cuenta que sus padres van al templo y se persignan habiéndose confesado con un señor que les perdona lo que sea para que vuelvan al error.
El hipócrita crece entre pretextos y justificaciones que escucha sobre el porqué no hizo la tarea o porqué no asistió a un bautizo con invenciones sobre diarreas o familiares muy delicados. El hipócrita crece en una casa disfuncional en donde se le dice que “los trapitos sucios se lavan en casa” es decir, que nadie sepa lo horrible e infernal que es la convivencia con sus padres y hermanos o abuela. En ese mismo hogar se le enseña a ser borrego en todo sentido con una de las máximas más elocuentes de la falsedad y autoengaño: no debatir sobre fútbol, religión y política porque “nunca se llega a ningún lado”.
La sociedad mexicana que agoniza es la que prefiere a los hipócritas, la que se indigna porque el SME quema unos autos pero no se escandaliza de un gobierno que se jacta de 102 mil muertos en 9 años, que no se muestra adolorido y con rabia cuando matan a una mujer más en cualquier parte. El hipócrita piensa en lo que se ve bien o mal, vive de la opinión pública. Su autoestima es tan miserable que sólo quiere que le acepten y tiene problemas de auto aceptación, reconocimiento y le basta que las apariencias le hagan verse bien. Imita, compra la ropa que usan los ricos y los ricos compran lo que se usa en otras naciones. Todos quieren que se crea que son lo más que los demás, han desvirtuado a la política, a las instituciones que siendo corruptas son defendidas por hordas de mediocres y falsos individuos que llaman violentos al que les echa en cara la verdad y es que quien defiende a las instituciones corruptas es porque recibe un beneficio de esa corrupción. Es parte de ese cáncer. En 2006 López Obrador gritó: al diablo con las instituciones. Hoy, después de 5 años nos damos cuenta que esas instituciones que él denunció y las mandó al demonio deben desaparecer porque son mentirosas, sucias, viles y vemos efectivamente como salen a su defensa los que se benefician de ellas.
El mediocre, el hipócrita, es el que prefiere a los homosexuales y lesbianas en el clóset, “que no se noten” y le basta con ello. No busca integración porque ¿cómo entender al que no es parte de la manada? ¿Cómo aceptar al que llaman, en la santa institución religiosa, pecador? Es más fácil guardar o ignorar al “joto”, a la “machorra”, y si se sale del gueto hay que condenarlo y en una de esas hasta desaparecerlo porque eso le quita el conflicto de aceptar la realidad como es.
El que vive en la sinceridad, honestidad, que busca la inteligencia se confronta con la mediocridad que es agachona, corrupta, servil; el mediocre e hipócrita sabe que si vende su voto o vota por quedar bien será aceptado. El inteligente se confronta, exige, mientras que el mediocre dice que no debe haber estruendo, ruido, protestas porque eso le enfrenta a la realidad, se le exhibe como mentiroso y amante del engaño, le es más fácil rezar que actuar, prefiere aparentar que cree en una iglesia de pederastas y abusivos para ser católico y formar parte de una comunidad en la que no es importante la infelicidad sino el hacer creer que todo marcha bien.
El que se auto engaña es como el que cree que yendo a una peregrinación saldrá de la pobreza, el que se auto engaña no quiere un mundo libre ni justo sino que quiere un lugar en donde pasar la vida sin sentirla, sin ser libre.
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